lunes, marzo 22, 2010

La Colonia

La Colonia


Gerardo esta loco en el sentido más literal del tiempo. Está loco a tiempo completo, durante toda su vida. No es posible extraer de él un solo pensamiento lógico, una frase razonable, una acción con alguna cordura mínima que lo haga pasar por un ser normal.
Su única actividad en la última hora y media ha sido tirar una chapita de cerveza contra el borde de la vereda, intentando que pegase en el filo de una determinada baldosa. Cuando lo conseguía -una sola vez hasta ahora- lanzaba unos gritos inarticulados de feroz alegría, que debían escucharse hasta muy lejos.
No hay una explicación acerca de como su mente se había desbaratado, llevándolo hasta el mundo solitario donde ahora habitaba. Gerardo se había ido tan lejos de todos que era como si viviese en otro planeta. Un planeta, donde el borde de la vereda y el rebote de la chapita tenían el valor de una conquista tal como si fuera el descubrimiento de una vacuna, el primer millón de dólares, la mujer inalcanzable, la novela terminada.
Y puestos a razonar con nuestra cínica mente analítica, ¿cuál era la diferencia entre cualquier otro logro importante para la humanidad que fuese distinto a conseguir el golpe exacto de la chapita contra el borde de la baldosa? Con su actitud concentrada, de sabio ensimismado en elucubraciones enjundiosas, sólo faltaban el escenario y el vestuario adecuados para que la ilusión fuera completa. Si hubiera estado rodeado de pipetas, mecheros bunsen, tubos de ensayo y vestido con un guardapolvo blanco, representaría la imagen clásica y previsible del sabio concentrado y genial. En ese marco nadie hablaría de locura, sino de absoluta brillantez, de abnegación, de sacrificio y dedicación.
O rodeado de tribunas, enfocado por cámaras, relatado por locutores, el evento de la chapita y el borde de la baldosa, sería un acontecimiento mundial que cada cuatro años reuniría a los jugadores más experimentados que lograsen llegar a la Final del Campeonato Universal de Tiradores de Chapita. Y disputando el torneo de su vida que lo consagraría como el mejor, seguro estaría Gerardo levantando la copa, gallardo y feliz.
Mientras yo pensaba en destinos distintos, él haciendo oídos sordos a cualquier discusión sobre su persona o sus actos, seguía imperturbable, tratando de que la chapita golpeara en el lugar exacto de la baldosa.
Los segundos sábados de cada mes, puntuales, como un rito o una procesión veníamos a visitarlo. Con mis tíos Manin y Ramiro subíamos al tren de la madrugada, para llegar al pueblo antes del mediodía. Los dos tenían calzadas sus boinas negras y cada uno traía un canasto de ferroviario lleno con todo lo necesario para el asado. Verlos llegar por el andén desierto, charlando y fumando, me daba un placer tan grande que, al recordarlo, después de tantos años, no puedo dejar de sonreírme, como si todavía pudiese recibirlos y emprender la excursión a La Colonia.
Durante las dos horas y media del trayecto, mis tíos jugaban al mus con los otros ocupantes del vagón que llevaban el mismo destino que nosotros. Eran personas alegres y despreocupadas que ponian en el juego toda su atención, gritando y riéndose a las carcajadas durante todo el viaje. Cada tanto daban un trago a las botellas de ginebra o caña que pasaban de mano en mano. Decìan que yo era todavía muy pequeño para permitirme participar de esos placeres. Esto me daba tanta rabia que me quedaba huraño y malhumorado en un rincón del asiento de madera, mirando por la ventanilla como pasaban los campos amarillentos con sus vacas, tan aburridas como yo.
Desde el pueblo otro tren, lento, muy lento, a paso de hombre, traqueteando una anacrónica trocha angosta nos llevaba hasta La Colonia.
Coo dije, llevabamos en las canastas de mimbre de los ferroviarios todo lo necesario para el asado: el pan, la ensalada y el postre. Hasta logramos entrar vino por la guardia sin que lo requisen, gracias a unos pesos deslizados en las manos correspondientes.
Nunca supe, ni me interesó saber por qué le decían La Colonia, pero el nombre parece pre anunciar los extensos bosques, los antiguos pabellones y los seres que la habitan, vestidos de gris, con cráneos pelados y delgadez extrema. Campo de concentración sin muros, ni alambrados, ni hornos.
“La Colonia” es hermosa; con parques descuidados, árboles enormes y antiguos edificios que rezuman el dolor de los internos, la miseria de la locura que se va pegando a las paredes, rebalsando las ventanas, deslizándose entre el pasto, cubriendo el cielo con una plomiza desesperación de años.
Los locos deambulan o se quedan quietos, iluminados por el sol cual enormes lagartos fuera del tiempo. Son seres amables y para nada agresivos, pero asustan, nos meten en un terreno de arenas que se mueven, que nos hacen tambalear. Está tan lejano el lugar que ellos ven, es tan grande su imaginación que nuestra cordura tambalea y el temor se apodera de nuestra frágil mente. ¡Qué cerca estamos de trasponer los límites y qué pequeña la distancia que nos separa de los enfermos, de los dementes!.
Pasamos a través de ellos, como si fueran espejos de humo que los ocultan, porque en realidad nos reflejan a nosotros, conduciéndonos hasta la pavura.
Son humanos, pero parecen de otra especie, de otro clan, de otra tribu lejana. No entendemos lo que dicen, su mirada no ve lo mismo que nosotros vemos y el diálogo es imposible, la comunicación queda anulada. Ellos, en las alturas solitarias de la locura y nosotros, arrastrados en la tierra de nuestra aparente normalidad.
El trencito entra a La Colonia en un espectáculo exhibicionista de vapor y silbato. Algunos internos corren a la par, como perros compitiendo con las ruedas huidizas tan apetecibles como imposibles de conquistar.
A medida que los pasajeros van descendiendo son abordados por sus parientes, entre gritos de alborozo y sorpresa. Los que nunca reciben a nadie igual están alrededor del tren, ávidos del espectáculo y clamando por un cigarrillo o una moneda.
Entre ellos aparece la figura de Gerardo inmerso en una delgadez extrema, con una cara de espanto que permanece, como si el gesto hubiese sido grabado con el fuego de las golpizas y el electro shock. Lo acompaña un pequeño séquito de compañeros de ranchada, fantasmas similares en atuendo, corte de pelo y complexión física. Parece como si el lugar y el estado mental hubiesen ido imprimiendo marcas indelebles que los acompañarán de por vida.
Nos guían hacia el lugar apartado donde tienen su pequeño mundo, sus humildes pertenencias, recuerdos aparentes de una normalidad perdida. Una mesa con sólo dos patas apoyada en precario equilibrio contra un árbol, un macizo de flores que le da al conjunto un carácter hogareño y feliz, ganchos que cuelgan de las ramas con distintos utensilios y herramientas. Una parrilla hecha de alambre, bajo la cual ya arden las brasas anunciando el gozo del asado a compartir.
Después de la comida, la hora de la siesta es respetada a rajatabla. En distintas posiciones, en lugares diferentes, se enrollan en una modorra ligera que los transporta a lejanos lugares de fantasía. Cuando el loco sueña su cordura renace, se empareja con cualquiera de los seres sanos. Está tan loco o tan cuerdo como todos.
Yo esperaba despierto y atento a que Gerardo despertara como quien emerge después de una zambullida, para rescatar los últimos jirones del sueño todavía fresco en sus pupilas.
Con retazos de palabras, con gestos esbozados, iba armando un mapa de sus sueños y pesadillas, un croquis detallado de los mundos inexplorados, sin señales, con pequeños senderos cubiertos de vegetación, que se volvían a cerrar a nuestro paso.
Sus sueños incluían casas, familias, trabajos, deportes; ocupaciones que lo transportaban a lugares de normalidad, un poco fuera de foco como son todos los sueños. Gerardo era mucho más rutinario y ponía una especie de aburrimiento en sus sueños, como si encontrase una isla de quietud en el mar alborotado de su psique.
Y esas pequeñas islas, que nunca formarían un archipiélago, eran los pilares sobre los que yo trataba de ir armando una historia posible. Me bastaban décimas de segundo para entender con una palabra, un gesto, una sonrisa. Después Gerardo retomaba el control de su locura, se internaba en su selva, en su profundo mar de aguas negras. Saltaba y desaparecía.
Retomaba la chapita y comenzaba el rito del juego solitario, con ganancias y pérdidas de las cuales era único contendiente, espectador y árbitro.
A media tarde, mucho antes que se alargasen las sombras de los árboles, como huyendo de los monstruos que poblarían La Colonia en cuanto cayera la noche, abandonábamos el sitio, dejando a los locos instalados, confortables.
Y nuestro mundo de normalidad nos recibía sin fantasías, sin poesía, sin monstruos, sin juego.
Yo me llevaba, para tenerla a mano, en el bolsillo de mi pantalón, una chapita de cerveza y jugueteaba con ella sin que nadie se diera cuenta.



Osvaldo
Julio 2009

domingo, abril 08, 2007

Silencio

Ernesto es serio reservado, habla muy poco.

Su padre era pocero, en una epoca en que en todas las casas habia un pozo de agua.
Ernesto lo acompañaba y le encantaba ver como.
trabajaba.
Primero clavaba una estaca en el centro del lugar elegido y con una soga dibujaba un circulo con la medida del pozo.
La medida era siempre la misma.
No importaba si la casa era de gente rica o pobre o si eran muchos o pocos de familia.
El pozo tendria la misma circunferencia y la misma profundidad.
Despues comenzaba a cavar.
Y su padre iba desapareciendo poco a poco, mientras el pozo lo iba hundiendo.
Cuanto mas progresaba el pozo, menos posibilidades de charla.
Y en el silencio humedo y profundo su padre se iba haciendo mas sabio.
Ernesto habia adquirido esa costumbre de hablar poco.

Suponia en los demas una vida interna, secreta dentro del caparazon.
No podia creer que solo fuera ambicion, envidia, estupidez.
Algo mas habia.
Cuando los veia hablando entre ellos, imaginaba interesantes discusiones, divertidas anecdotas.
Se acercaba con avidez para escuchar y participar contando tambien algo o dando el argumento decisivo.
Y se quedaba callado cuando volvia a oir penal mal cobrado, culo impresionante, trabajo de mierda, compañero ortiva, menu para la cena, kilometros por litro, full-full, levanta vidrios, cierre centralizado, airbags, mp3, dvd, gps, abs.

NoSeAlquila

domingo, abril 01, 2007

Asdrulio cazador de pajaros

Asdrulio 1 (Cazador de pájaros)

Asdrulio es la imagen detenida de muchachito sorprendido en medio de un potrero con una pajarera en la mano.
Viste un pantalón a la rodilla, de franela gris con un anacrónico y encantador tirador cruzado.
Medias largas, zapatones marrones, sucios de barro. El izquierdo esta todo roto en la punta y fue cosido con unas fuertes puntadas de algún talabartero aficionado. Los primeros días, después del arreglo, Asdrulio se quejaba de malestares ocasionados por la costura, pero en poco tiempo el cuero cedió y termino por conformarse.
En la cabeza lleva una gorra redonda. Una tricota de un incierto azulado desvaído conforman su atuendo.
De la mano izquierda le cuelga una pajarera de mimbre.
Asdrulio construye pajareras y caza pájaros.
Las pajareras son hermosas, livianas para que el avecita aprisionada no sienta tanto el encierro. Son arboles, nidos, cestas, hechas para volar.
Asdrulio, cazador de pájaros, tiene algo de ave en su cuerpecito, pequeño esmirriado de huesos livianos.
Los omoplatos elevados, que sobresalen de la espalda como paletas de un artefacto inconcluso.
Los brazos le cuelgan rectos flojos a los lados del cuerpo esperando la orden que los haga aletear.
La misma cara se escurre en la nariz filosa, de pequeñisimos orificios y los ojos, bolitas de acero dulce, que nunca están fijos en un punto único.
Asdrulio tiene la quietud del resorte. Pese a estar inmóvil, la tensión en los hombros, que suben hasta la cabeza, los ojos inquietos y atentos, las piernas, los brazos, todo impresiona como el salto inminente, el lanzarse, el zambullirse hasta la rama, el árbol, el cielo.

ASDRULIO!!
El grito urgente resonó en el campo. Los arboles lo envolvieron, lo hicieron resonar, lo devolvieron amplificado.
Asdrulio, Asdruliooo!
Era casi el anochecer y el pasto tenia olor a recién cortado.
En un rincón un fuego de hojas secas ardía con dulce aspereza.
Asdrulio se quedo quieto. Una estatua. Piedra con ojos que se movían.
El mundo dejo de respirar.

Corrió. El miedo lanzaba sus piernas a velocidad como nunca hubiera podido solo por la fuerza voluntaria de los músculos
El grito no había terminado de sonar, el silencio todavía no había llegado y Asdrulio ya estaba corriendo. Cruzo el potrerito en una décima y el segundero apenas se movía cuando llego y todas las pajareras oscilando en el viento, con las puertas abiertas. Primero el desconcierto, después el miedo y enseguida el dolor la congoja. La sensación de perdida le colmo el estomago y el cerebro.
Sus pájaros se habían volado.
Alguien, que importa quien, les había abierto las puertas.
Sus pájaros, sus compañeros, sus amigos.
Sus hermanos.
Tordos, cardenales, azulejos, pechitos rojos, calandrias, gorriones, cenizas.
Las puertitas de las jaulas abiertas y los pájaros que comenzaba salir volando.
Alrededor de Asdrulio las aves daban vueltas como desconcertadas. Fue un aluvión de píos y plumas revoloteando por doquiera. Un bullicio, un aleteo.
Ninguno de sus preferidos pudo encontrar Asdrulio entre las manchas veloces que pasaban rozando sus ojos azorados.
Ese fue el primero momento de impulso descontrolado en que parecieron tomar impulso para lanzarse hacia arriba.
Se formaron las escuadrillas y elevaron su vuelo en círculos cada vez mas altos para poder situarse para otear cual seria su meta.
Y en el centro con el cuello dolido, solo, fijo en la tierra, Asdrulio miraba sin poder reaccionar.


NoSeAlquila


Asdrulio es la imagen detenida de muchachito sorprendido en medio de un potrero con una pajarera en la mano.
Viste un pantalón a la rodilla, de franela gris con un anacrónico y encantador tirador cruzado.
Medias largas, zapatones marrones, sucios de barro. El izquierdo esta todo roto en la punta y fue cosido con unas fuertes puntadas de algún talabartero aficionado. Los primeros días, después del arreglo, Asdrulio se quejaba de malestares ocasionados por la costura, pero en poco tiempo el cuero cedió y termino por conformarse.
En la cabeza lleva una gorra redonda. Una tricota de un incierto azulado desvaído conforman su atuendo.
De la mano izquierda le cuelga una pajarera de mimbre.
Asdrulio construye pajareras y caza pájaros.
Las pajareras son hermosas, livianas para que el avecita aprisionada no sienta tanto el encierro. Son arboles, nidos, cestas, hechas para volar.
Asdrulio, cazador de pájaros, tiene algo de ave en su cuerpecito, pequeño esmirriado de huesos livianos.
Los omoplatos elevados, que sobresalen de la espalda como paletas de un artefacto inconcluso.
Los brazos le cuelgan rectos flojos a los lados del cuerpo esperando la orden que los haga aletear.
La misma cara se escurre en la nariz filosa, de pequeñisimos orificios y los ojos, bolitas de acero dulce, que nunca están fijos en un punto único.
Asdrulio tiene la quietud del resorte. Pese a estar inmóvil, la tensión en los hombros, que suben hasta la cabeza, los ojos inquietos y atentos, las piernas, los brazos, todo impresiona como el salto inminente, el lanzarse, el zambullirse hasta la rama, el árbol, el cielo.

ASDRULIO!!
El grito urgente resonó en el campo. Los arboles lo envolvieron, lo hicieron resonar, lo devolvieron amplificado.
Asdrulio, Asdruliooo!
Era casi el anochecer y el pasto tenia olor a recién cortado.
En un rincón un fuego de hojas secas ardía con dulce aspereza.
Asdrulio se quedo quieto. Una estatua. Piedra con ojos que se movían.
El mundo dejo de respirar.

Corrió. El miedo lanzaba sus piernas a velocidad como nunca hubiera podido solo por la fuerza voluntaria de los músculos
El grito no había terminado de sonar, el silencio todavía no había llegado y Asdrulio ya estaba corriendo. Cruzo el potrerito en una décima y el segundero apenas se movía cuando llego y todas las pajareras oscilando en el viento, con las puertas abiertas. Primero el desconcierto, después el miedo y enseguida el dolor la congoja. La sensación de perdida le colmo el estomago y el cerebro.
Sus pájaros se habían volado.
Alguien, que importa quien, les había abierto las puertas.
Sus pájaros, sus compañeros, sus amigos.
Sus hermanos.
Tordos, cardenales, azulejos, pechitos rojos, calandrias, gorriones, cenizas.
Las puertitas de las jaulas abiertas y los pájaros que comenzaba salir volando.
Alrededor de Asdrulio las aves daban vueltas como desconcertadas. Fue un aluvión de píos y plumas revoloteando por doquiera. Un bullicio, un aleteo.
Ninguno de sus preferidos pudo encontrar Asdrulio entre las manchas veloces que pasaban rozando sus ojos azorados.
Ese fue el primero momento de impulso descontrolado en que parecieron tomar impulso para lanzarse hacia arriba.
Se formaron las escuadrillas y elevaron su vuelo en círculos cada vez mas altos para poder situarse para otear cual seria su meta.
Y en el centro con el cuello dolido, solo, fijo en la tierra, Asdrulio miraba sin poder reaccionar.


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NoSeAlquila

domingo, diciembre 24, 2006

Sentido tanta alegria

Jamas habia sentido tanta alegria.
Al fin podia subir al tren que lo llevaria de vuelta.
Por supuesto, todo era muy distinto.
Antes los asientos eran de madera y la maquina a vapor.
El guarda estaba vestido de gris y habia un inspector
Los boletos eran de carton duro.
Habia primera y segunda clase y carteles de metal que decian: “Prohibido Salivar en el Piso”.
Ÿ en el piso habia escupideras con aserrin, donde se suponia debia escupirse.
Nunca vi a nadie utilizarlas.
Ahora los cartelitos de primera y segunda clase parecerian discriminatorios.
Ya no hay mas cartelitos. Ya no hay mas escupideras.
Pero sigue habiendo clases. Sigue habiendo diferencias.
Y la tuberculosis de ahora es el sida.

Volveria a un lugar y un tiempo que ya no estaban mas.
No volveria a caminar por las calles de tierra.
No volveria a mirar la pelota blanca que caia del cielo a sus manos.
No volveria a comer una pizza tan caliente y tan sabrosa.
Nunca mas volveria a hacerlo.
Solo en su recuerdo toda estaba tan vivo y tan nitido.


NoSeAlquila

domingo, diciembre 03, 2006

PASEAR POR EL CEMENTERIO

El cementerio, me parece un lugar agradable para pasear.
Hay muy poca gente, hermosos arboles, el ruido del transito ni se escucha.
Además, es bueno ir acostumbrándome.
Hay una ligera probabilidad que algún día, quizás, yo tenga que hacer cambio de domicilio y pasar algún tiempo viviendo (¿?) en un cementerio.

Puedo caminar despacio, leyendo nombres, fechas, recordatorios.
Todas las lapidas demuestran un enorme amor.
Es raro que no haya gente mala entre los difuntos o por lo menos que nadie tenga que recriminar algo.
No sé, una traición, alguna mentira, una pequeña deuda.
Son todas loas y alabanzas.

También me interesa mirar las dos fechas que figuran en casi todas las lapidas.
Y hacer cálculos.
En algunos tumba hay matrimonios.
En estos casos, el caballero no le cede el paso a la dama.
En la mayoría muere el hombre primero.
Y bastante años después, la viuda inconsolable, acepta hacerle compañía.

La cosa es que llega un día, una edad, que estas tan cansado, te duele tanto el cuerpo, no hay nada en la tele, lo único que queres es que el sufrimiento termine.
Lo pensas mucho y a veces los decís en voz alta: “esto no es vida”, “no aguanto mas”, “para vivir así prefiero la muere”.
Entonces, La Muerte viene.
Con Su herramienta, tan original y anacrónica.
Con sus huesos y su ropita raída.
Y es en ese momento que uno se muere.
Entonces, dicen:
“- Descansa en paz el sueño eterno”.
Parece confortable, cómodo.
Una verdadera publicidad de colchones.
Colchones El Sueño Eterno








Y uno no esta más.
Suena raro.
No estar.
No hay mas tiempo, no hay mas días.
Queda un recuerdo que se ira borrando
Un dolor que pasara mas o menos rápido.
Y ya esta.
De alguno quedara un libro, un adelanto científico, una guerrita ganada.
Y entonces te convertirás en el nombre de una calle, de una escuela, de un pueblito polvoriento, con gente durmiendo la siesta.

Y en pocos años los estudiantes tendrán que aprender y repetir de memoria los datos más fastidiosos y menos interesantes de tu vida.
O habrá un monumento que cagaran los pájaros y los amantes usaran como lugar de encuentro.

Algo de tu material genético, de tu energía, seguirá expandiéndose con las galaxias.
También hay la posibilidad del Dalai Lama o El Paraíso con vírgenes y miel.
Ni mencionar el fuego y las cadenas. Por favor, estamos entre gente decente.
Pero hay una pregunta.

¿Por qué hay tantos gatos en los cementerios?

Yo no pienso contestar.
Pero ustedes vayan.
Caminen, obsérvenlos.
Andan por todos lados.
Es muy probable que no tengan ganas de acariciarlos.
Pero si pueden, miren sus ojos.
Se sorprenderán.

martes, noviembre 28, 2006

NoSeAlquila


Todas las madrugadas a las 03:30 pasa caminando por el costado de la avenida una mujer desnuda.
Atrás por la vereda, como protegiéndola un hombre la sigue.
De vez en cuando ella se ríe con una carcajada que retumba contra los edificios cerrados de ventanas oscuras donde alguien la escucha entre sueños y se da vuelta sin abrir los ojos y protesta y la persona acostada al lado también se despierta un poquito y le pregunta que pasa y él dice nada estaba a soñando volvete a dormir, pero el se queda despierto y se levanta y va al baño descalzo y hace pis y vuelve y antes de acostarse le dan ganas de mirar por la ventana, no se ve nada, que pensaba que se podía ver, solo las luces de la avenida y la sombra de los arboles, pero no alcanza a ver las flores del jacarandá. En la esquina la enorme cara del cartel luminoso le devuelve la mirada y ya no se acuerda que es lo que vende creé que es perfume pero podría ser una auto o un seguro o banda ancha. Mañana tengo que meterme en la compu y buscar una casa para alquilar el verano pobre papa será el ultimo que pasaremos juntos, ni en pedo si el viejo es de fierro, le agarro frío descalzo y en calzoncillos, la avenida desierta, vamos que mañana es viernes y me quedan cuatro horitas ella volvió a protestar que haces, que pasa, tenes los pies helados, nada mi amor, que queres que pase, nada el mundo duerme y solo pasan cosas en algún cabarute en el bajo donde habrá putas y marineros borrachos y alguien romperá una botella de cerveza contra la barra para defenderse o mejor defender a una de las minas de la que esta medio enamorado y no saben que son hermanos, pero acá en esta avenida, a esta hora que puede pasar, dormite, hasta mañana, que descanses, yo también te quiero.

domingo, noviembre 26, 2006

Hermanito:
¿ Te acordas de la lluvia cuando fuimos a comprar harina para hacer tortas fritas?
¿ Te acordas en verano cuando nos daban permiso para andar en cueros y mama baldeaba el patio?
¿ Te acordas manejar el Jeep en el patio de tierra?
¿ Te acordas de las ranas?
¿ Y del Arroyo Las Piedras?
¿ Te acordas cuando peleábamos juntos y nadie podía ganarnos?
Ni Cachito que era lo mas malo.
Te acordas de los partidos en la placita?
Te acordas de dormir de la mano y "buenas noches que descanses?"
¿ Te acordas del clavo del tobogán en la iglesia?
¿ Te acordas de las bicis negras que nos trajeron los Reyes?
Seguro que te acordas de todo.
Y del amor que te tengo.
Feliz cumpleaños!
NoSeAlquila


Paranoica realidad.

Varios escritores de bestsellers encuentran en las paginas de blogs ideas para sus libros.
Son los mismos que tienen equipos de escritores-empleados-esclavos escribiendo para ellos.
Por eso presta mucha atención a lo que estas leyendo.
En unos meses lo tendrás en las librerías, en un nuevo libro, de los mas vendidos, con el nombre de alguien muy conocido.
O quizás solamente aparezca en algún pequeño país, lejano al nuestro y nunca lo leeremos.
Per seguro hay gente mirando, evaluando, copiando.
Porque también están los otros.
Los malos.
Y los buenos.
Que también leen.
Y ahora sonríen con suficiencia y uno codea al de al lado y le señala su pantalla.
Y saben quien soy yo, quien sos vos.
Y que compramos ayer en el super.
Paranoico? Puede ser.
Pero también puede ser que haya leído el diario sobre un espía, envenenado en Londres con material radioactivo.
O sobre unas llaves que la nuera de Jorge López encontró bajo los rosales en el jardín de su casa.